jueves, 23 de febrero de 2012

ISABEL GOIG

Las solicitudes de colaboración, comienzan a dar sus frutos. Isabel Goig, colaboradora en "Soria. Resiliencias" nos envía un relato breve que lleva por título "Y la imagen se resistió". La fotografía es de Manuel Martín, que ha colaborado en varios libros de la colección. A disfrutarlo.


Y la imagen se resistió

Cuando Manuel “el Caraplato” comenzó a dedicarse a robar iglesias en el mundo rural conocía bien esos ámbitos, tanto el del robo como el rural, donde había nacido y se había criado hasta que la falta de recursos le lanzó al cinturón industrial de Barcelona.

Su abuela, desde que él recordara, le había dormido con cuentos, seguramente no con los mismos que dormían a León Felipe, o sí, no se sabe a ciencia cierta. Los cuentos de la abuela de Manuel eran todos referidos a milagros que las vírgenes y los santos de las tierras de Soria realizaban para sus fieles.

El niño sabía que san Hipólito tenía ermita dedicada en Olmillos porque al santo no le daba la gana de dejar avanzar al mulo que pretendía trasladarle a Ines, en lugar tan poco apropiado como un serón.  Le había contado la abuela que a la virgen de los Milcarros no había forma de trasladarla de un lugar a otro ni con otros tantos carros tirando de ella. Conforme fue creciendo se pasmaba de la fuerza de la virgen de la Solana, capaz de derribar lo construido por muchos hombres en tan sólo unas horas, con tal de no vivir donde ellos pretendían edificarle la ermita. O de la tenacidad de la de la Mata, de Carabantes, que no consintió que un pastor de Berdejo la trasladara, también en serón, al pueblo zaragozano.
Fotografía de Manuel Martín

En la Ciudad Satélite de Barcelona contactó Manuel con un grupo de muchachos a los que la sociedad bien pensante llama marginales o directamente delincuentes, y a los que a mí me gusta más denominar inadaptados o víctimas, más precisamente. Algo amigos de lo ajeno sí lo eran, desde luego, pero poca cosa, si se tiene en cuenta que los ajenos a los que mangaban alguna cosilla tenían el suficiente poder adquisitivo como para no resentirse y, además, a saber si todo lo que habían conseguido era lo que se llama legal, pues los jóvenes eran selectivos y desvalijaban, sobre todo, los chaletes de especuladores inmobiliarios, traficantes de drogas y obras de arte y otros especímenes dados al buen vivir a costa del mal vivir de los demás.
Una noche que Manuel recordaba con nostalgia los cuentos de su abuela, decidió que sería un buen negocio robar algunas iglesias y ermitas de Soria y otras tierras casi deshabitadas y vendérselas al señor Amadeu, un Marés moderno que compraba robado en lugar de ir directamente a los sacerdotes de los pueblos, como hacía, hace ya muchos años, el señor que da nombre al museo barcelonés con más tallas románicas de Castilla y León que se conoce, aunque en las cartelas indique “procedencia desconocida”.

El negocio funcionó durante un tiempo. Manuel siempre evitaba acudir a las ermitas de los cuentos de la abuela, esas en las que vivían vírgenes y santos que se resistían a ser movidos de sus casas. Hasta que un día decidió romper el maleficio y el grupo de cuatro, muy bien organizado, se dirigió a una de ellas, no sin cierto desasosiego por parte de Manuel “el Caraplato”.

Entraron en el pequeño templo y sólo se escuchó el correr de unos ratoncillos sobre el suelo de madera, sorprendidos en su sueño. Se dirigió directamente a la capilla de la imagen y la tomó en sus brazos con cierto mimo. Era una talla románica bien conservada y sin esos ropajes que a veces les colocan por mor de fervores y promesas. Los tres jóvenes corrieron hacia el coche que les esperaba con el motor en marcha y, unos metros antes de entrar en él, salió una voz algo metálica del interior de la talla que decía “ladrones, dejadme, no quiero ir con vosotros”. Manuel soltó la imagen sin dar crédito a lo que había escuchado y lo hubiera creído fruto de su imaginación si los otros tres no lo hubieran escuchado también.

Desde su cama, don Teógenes, el sacerdote, pensó que la idea de colocar esa original alarma en un hueco de la imagen era el mejor antirrobo que se había inventado.

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