Dos poemas de Diálogos al raso (Millán Las Heras Ediciones, col. Cuadernos de Poesía, nº 2, Soria, 2011)
I
—¿De qué nos sirve, dime,
en medio de los campos,
en una noche oscura, luna nueva,
frotar una cerilla y conseguir
el óvalo naranja que enrojece
las manos y la cara?
—Ese poco de luz
atraviesa la noche,
es un punto febril
en la pupila inquieta del tejón,
dulcifica el vacío,
es el sol más humilde
de la historia del mundo.
¿Qué más quieres, hermano?
Fotografía de Julián Alonso |
II
—Amo la soledad
porque no encuentro el modo
de amar a las personas.
¿Cómo amar la memez,
la mala entraña, el gesto desabrido,
la ignorancia brutal,
la desesperación?
Puedo amar a ese perro,
que solo pide olores y una mano en el lomo;
puedo amar un ocaso de verano
o al más desangelado de los brotes de abril;
pero no puedo amar
a quienes tantas veces
han escupido saña sobre el rostro
de la inocencia.
—Lo entiendo, pero debes
saber que Mozart y Monet y Rulfo
pertenecieron a esa misma tribu.
—La belleza no puede disculparlos.
Precisamente porque son capaces
de hacer temblar el tuétano del mundo
es más imperdonable
su afición al desprecio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario